jueves, 11 de febrero de 2016


Transporte escolar


Su padre hacía un poco de todo. Como la mayoría de los vecinos del pueblo, era labrador. Así que en agosto tocaba cosechar, trillar y beldar, bajo un despiadado sol castellano que calentaba poco todo el año, salvo precisamente esos días en los que tocaba sacar el dalle y la hoz.  También era carpintero, y cuenta que, con un dos caballos azul medio destartalado, repartían él, su padre y sus hermanos, el butano por los pueblos. Hasta doce bombonas recuerda haber metido en la tartana.

Entre oficio y oficio, al padre también le salió el de transporte escolar. Cada día, llevaba a los chicos de los pueblos de la comarca, bajando por la sierra, hasta la escuela. Pero además le tocaba llevar a una pareja de la Guardia Civil. Los recogía en la taberna de uno de los pueblines, donde había que esperarles hasta que se terminasen su copita, aunque se llegase tarde a la escuela.  Cualquiera se la jugaba con ésos.

Algunos días le acompañaba su hijo mediano, de trece años, que llevaba el autobús con tanta soltura que los guardias le decían: “Joder, Cayo, qué bien conduce tu chico”. Aunque luego añadían: “Oye, cuando nos acerquemos a la carretera nacional, os cambiáis, no vaya a ser que nos encontremos a los de tráfico y nos metamos en un lío”.

Y se cambiaban.
 

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